Cuando los ordenadores sean más inteligentes que nosotros
y pueda decirse que las máquinas nos han vencido y superado definitivamente
-como hizo Deep Blue con el bueno de Kaspárov
en un combate de resultados estremecedores para el hombre-,
entonces, solo entonces,
volveremos los ojos hacia el arte,
encontraremos en él nuestra fuerza y nuestra naturaleza,
incluso las que distinguen de cualquiera a Harry el odiseo del Espacio
como el hijo que avanza sobre sus padres,
pero es de su misma sangre y su misma carne,/de su mismo dolor y su mismo gozo,
y en él descubriremos igualmente
que también el robot está vivo y es nuestro, quizás en el 3001 o el 2040,
y no temeremos ni a la muerte como IA la temió en el 2001 de Stanley,
pues habremos penetrado en esta nueva era de pasiones y afectos tan cósmicos como naturales, pero también tan sobrehumanos como lógicos,
en los que reconoceremos a nuestro cerebro,
la ciencia, el pensamiento, la cultura y la mente,
cuando ya sepamos que el hombre no es un ser natural sino otro artístico
como lo somos todos o cualquiera de nosotros/las apasionantes máquinas apasionadas.