Antipoemas del planeta azul y el cosmos oscuro

   Curso de experimentación de la física

   Ya solo el título de este texto, o su primera palabra: Antipoemas, lo dice todo y, sin embargo, si los que lo componen no son poemas en sentido estricto quizá tampoco dejan de ser por este motivo una forma de ellos: al fin y al cabo la antipoesía tiene ya una tradición reconocida que, más o menos como el antihéroe con el héroe, no se puede entender sin la poesía a la que quizá pertenece al menos por derecho adquirido; en cualquier caso lo que el arriesgado autor pretende con este principio como arrojado a la cara del lector a la primera es no engañar ni confundir a nadie sino mostrar las cartas para todo el que se preste a jugar a este juego. Pero el título prosigue con las palabras propias de su asunto: del planeta azul y el cosmos oscuro, que es como decir que los antipoemas que aquí sin duda se cuestionan versan sobre un universo que inevitablemente no puede ser sino la Tierra como la Tierra es sin ninguna duda el Universo del que no se puede sustraer de ningún modo, y lo hacen sin embargo de una forma que supone una experimentación del pensamiento, pues, si no pueden seguir a la ciencia establecida, cuyo estatus no pueden ni mucho menos quieren pretender en absoluto, en sus indudables avances y progresos, sí que se aventuran a jugar con los temas no menos universales que terrenos que, al abordarlos de un modo poco convencional o simplemente diferente, no exento en algunas ocasiones de un leve toque humorístico, la mucho más abierta y flexible poesía quizá pueda acoger o al menos recibir de alguna manera: quizás este tipo de literatura se pueda comportar también como el vehículo con el que aproximarse, o al menos intentarlo en la medida de sus fuerzas y las posibilidades que ofrece su objeto, al Universo desde el centro mismo de la Tierra a través de otras pistas y derrotas descubiertas gracias a las grandes teorizaciones al respecto, pues al fin y al cabo el empeño más celebrado de la poesía quizá no haya diferido nunca demasiado del de acceder a los misterios más profundos de la existencia por sus propios medios. En fin, no hay yo ni Dios ni el hombre ni conciencia, se dice en el primero de los antipoemas de este texto de tanteos y quizá vislumbres, y sin embargo el planteamiento que subyace en él no es el de la falta, la ausencia ni la pérdida, sino el de lo que deja atrás y avanza sobre lo que difiere apoyándose únicamente en el sentido del Universo y la Tierra al mismo tiempo: el impensado autor de Antipoemas del planeta azul y el cosmos oscuro que lleva por subtítulo Curso de experimentación de la física -uno de los textos eminentemente literario de su obligada trilogía sobre el sexo, el mundo y la muerte- no es, pues, y ahora por fin ha de decirlo pese a que quizá no en todos los casos sea cabalmente recibido, el denominado Felipe Valle Zubicaray que aparece quizá sin remedio bajo su encabezamiento, puesto que el único y auténtico en realidad solo es uno, uno cualquiera, como podría ser, y quizá ya lo fuera para su rara aunque tal vez poco comprendida fortuna, otro, cualquier otro, ni más ni menos. Quizá ya solo cabe preguntarse, y acaso responderse sin nombre ni apellidos, sean cuales sean estas preguntas y respuestas en la vida, desde uno del planeta azul y el cosmos oscuro.


   pseudopoemas del sexo pensamiento

   manual de investigación de la energía

   Quizá las viejas objeciones: no es poesía, es prosa; e incluso no es erotismo, es pornografía, se alzan todavía, agonizantes y autoritarias, ante un texto que ha nacido para conocer una vida libre y distinta entre las especies -poesía, ensayo, narrativa…- y también los géneros -romanticismo, realismo, experimentalismo…- de una cultura que, de todas las maneras, desborda a unas y otros y en la que lo capital sigue siendo la obra que lo ha sido siempre, o quizá ni siquiera habría ya lugar a tales objeciones. Sin embargo, el problemático autor tras vencer la débil tentación de hablar de lo poemático en vez de lo poético y de una poemática en lugar de la simple y pura y maravillosa poesía, afirmaría que Pseudopemas del sexo pensamiento es poesía, pero no lo es; y no es pensamiento, pero sí lo es: el texto es muy explícito respecto a estas cuestiones, pero también es muy ideal; puede provocar más de un tipo de reacciones, naturalmente unas más singulares y curiosas que otras, pues no en vano se trata de un manual. Pero ¿se dará por satisfecho con estas breves explicaciones el viejo poder que etiqueta, empaqueta y despacha a nuestra cultura, o creerá en cambio que quizá alienta en él como en tantos otros de todos los tiempos una sencilla pero genuina revolución contra el orden, frente a la tradicional política del mundo que trabaja también en, y contra, este fértil y abundante campo? Quizá, para salvar no sin dificultades tan formidable obstáculo, habría de acogerse a la especie pseudo y un género no muy distinto a ella, que no obstante serían tan novedosos como figurados o ficticios, quizá como en el fondo lo son todos. En cualquier caso permítasele a Pseudopemas del sexo pensamiento moverse donde quiere, un poco descentrado, un tanto excéntrico, un medio fuera y otro medio dentro de nuestras clasificaciones literarias y artísticas al uso, girando en su propia órbita, desarrollándose en su movimiento -extensión y obra del lector, el del texto y el amor y el sexo con que ha de escribir su vida-, y tal vez de este modo llegue a disfrutar de aquella vida libre y distinta en que se encuentre con la idea genética y la fuerza desnuda de la cultura, esta rara actividad que emana y envuelve la vida de los hombres como la otra atmósfera inseparable de nuestro planeta. Pero, en fin, si nos ceñimos ahora mismo al caso, quizá hemos de decirlo de una vez por todas: Pseudopoemas del sexo pensamiento que tiene por subtítulo Manual de investigación de la energía -uno de los textos que componen la trilogía del autor sobre el sexo, el mundo y la muerte- no es poesía ni prosa, erotismo ni mucho menos pornografía, por la sencilla razón de que es, y quiere serlo en todas y cada una de sus formas, única y exclusivamente… el sexo. Para expresarlo, en fin, de otra manera: en el sexo pensamiento es el propio sexo el que quisiera pensarse, ser él mismo el pensamiento, nada menos. Quién sabe si acaso lo ha logrado siquiera aproximadamente, pues además hay quizá bastante más lenguaje que materia incluso en lo que a la sola energía se refiere -sin acudir, no obstante, a la maravillosa fiesta de la lengua por la lengua-, pero en cualquier caso que conste el sincero afán del azaroso autor de que nos entendamos.


  protopoemas de la muerte o quién es uno

  estudio de introducción a la vida

  Los que a partir de estos versos sin ritmo, mal cortados y rotos que componen La muerte o quién es uno. Estudio de introducción a la vida (una multibiografía sin sujeto) se dirían poemas realizados por uno en colaboración con su más propio y más extraño eco en principio no llevarín título, pues querrían prescindir casi desde el principio hasta de la necesaria y afortunada apoyatura del lenguaje, del oral y sobre todo del escrito, para alcanzar a los lectores casi como un disparo de luz al cerebro, pero cualquiera los puede ordenar a su gusto: unos, por ejemplo, sencillamente numerándolos: el 1, el 2, el 3 … ; otros, citándolos por sus primeras palabras: el que comienza “Bienvenida…”, o “Yo cuando muera…”, o “Espíritu que vences a la muerte…”, o “Como dioses sin el dios padre…”; otros más, llamando al número 14 o que empieza “Humo en el aire…” simplemente “Patricio”, o al 23 o que arranca “Morir frente a la mar…” también “En la Arena”, o al 24 o que principia “¿Quién soy yo?…” sin duda “Julia”, o al 25 o que casi estrena “Se ha muerto…” quizá “En la nueva Francia”; o al 28 o que pregunta “¿Qué os he dicho yo…?” como “Los muertos y los vivos”, o al 36 o que apunta “Si digo que soy una persona…” “Persona” precisamente, o al 40 o que descubre “Qué manera de vivir…” sencillamente “Un vivo en la diferencia”, o al 42 o que recoge “Nada me identifica…” sin más “Cerebro”, o al 45 o que procede “¿Volverán los dioses…?” poco más o menos “En la Antigüedad”, o al 47 o que advierte “Varias veces me he matado…” con toda precisión “Sin pelo en Minessota”, o al 48 o que cuestiona “¿Yo vivo?…” desde luego que “Antonio”, o al 52 o que declara “No te pareces a nadie…” sin discusión “Mortal hijo”, o al 55 o que comenta “Estos días…” otra vez “Hoy de la muerte”, y a riesgo de desdecirnos al final de todo incluso de cualquier otra manera, omitiendo al autor y las posibilidades que él ofrece, y naturalmente también sin enunciarlos, leyéndolos en silencio o hablándolos cada cual con su voz y a su aire. El orden ya no es lo que era, aunque vivimos aún entre las bellas y prestigiosas construcciones de una pieza del ayer, quizá más aparentes que reales sin embargo, porque en realidad son fragmentos extraídos de la corriente del caos y la vida, y los inciertos movimientos del presente que probablemente no nos aparten de la intemperie, sino al contrario: tal vez deseen una vez más el aire de la calle, el correr del mundo, el ser del afuera. En cualquier caso, este texto es una traducción del extranjero y, aunque pretende decir a todos alguna que otra palabra que llegue al fondo de las cosas, quizá más fácil o menos difícilmente a través de la poesía que de la filosofía, la narrativa o el teatro, no le importa demasiado el idioma en que acaso lo haga, como tampoco el género ni la especie, pero sí traer con él un poco de luz a la superficie que coincida con la de la problemática claridad que la baña junto a nuestras habituales tinieblas. El autor cree que lo que a veces despreciamos sencillamente como simple y mera literatura no es más que la realidad, que más que oscura es diversa o a propósito de la cual bien pudiera exclamarse qué extraño es todo sin salir de este mundo tan doméstico y familiar en el que tal vez no existe nada más desconocido que lo que vivimos a diario, porque acaso este vivir es en el fondo intempestivo y su lugar simplemente una estrella: pero nadie se alarme sin embargo, porque por supuesto no se trata del todo de desfamiliarizarse y desposeerse de aquello que tantos esfuerzos nos ha costado hacer nuestro. Ahora bien ¿el autor y, además, dice que cree él? Ah no, el que habla es por supuesto un sujeto múltiple o colectivo que pasa por distintas experiencias y no empieza ni acaba en ninguna de las personalidades que abraza con ahínco: se vuelve tan delgado cuando deja de escribir como cuando inicia la aventura de vivir de algún modo el acontecimiento de los acontecimientos subido a la maquina sin domar nunca del todo del lenguaje. Es relativamente fácil observar sus saltos de un punto a otro y, en cierto modo, ser con él un chiquillo que juega con sus amigos a ver quién llega más lejos hasta que, a la noche, desaparece de pronto por la puerta de casa. No siempre concluye ahí el misterio, pues a menudo los efectos de la muerte sobre la vida desgraciadamente no son sólo palabras y la misma vida aparece llena no siempre para su favor de ellos: la parca ocupa demasiado espacio entre nosotros, adquiere un cuerpo que no tiene y un peso que siempre le faltará, y mientras en unos es un fantasma que les domina sin quererlo en otros es en cambio la fantástica arma terrorífica que les sirve para dominar al resto por medio de su muy poco respetuoso y edificante empleo. Habría que intentar de manera general sin duda volver a hacer de la muerte, por más dolorosa que a veces se sienta, un acontecimiento más de la vida, en absoluto equiparable al nacimiento, pero que responde, obedece y reacciona a ella y, en fin, muestra ser quien es en todo caso: la cara de la vida no menos desconocida que ella y, como ella, imprevisible, azarosa e incluso intempestiva, a la que apenas podemos gobernar ni decir, pero a la que a pesar o quizá gracias precisamente a semejante rareza aún amamos. Amamos la vida y, si deseamos la muerte, no es porque no respetemos a una sino porque preferimos mantener a la otra bajo el poder que le corresponde, en el territorio al que pertenece y bajo el dominio al que, incluso con su negación, afirma: pues, cuando el deseo es la muerte, es también la vida la que una vez más actúa en el deseo y, bien a cuenta de una plenitud inigualable, bien de una carencia extrema, realiza la que es quizá la única elección que le favorece, le conserva y le asegura. Poco más podemos decir en cualquier caso: tan sólo que en este mismo instante en que nos tratamos ocurren en cada uno de nosotros cientos de acontecimientos, alguno mortal y todos sin duda vitalísimos, de modo continuo e imperceptible cuyo resultado es, entre otros y en lo que respecta quizá no sólo a uno, lo que sigue: un cuerpo hecho de palabras que se querría doble del de la carne oscura y silenciosa, pero también mundana y creadora, que apenas logramos descifrar ni aún menos atrapar en nuestras pobres y poderosas redes.